Muchos éramos lo que aguardábamos con esperanza un SI. Un sí a un alto el fuego que no llegó. El Consejo de Seguridad de Israel decide que NO, que no acepta la tregua humanitaria de 7 días, y que no cesan los bombardeos.
Los ciudadanos de la Franja de Gaza volverán a vivir otra noche (y quién sabe cuántas más) bajo la incertidumbre de si podrán contarla, si seguirán respirando al día siguiente, si lo harán sus seres queridos y con la única certeza de que jamás podrán olvidar el dolor que han visto sus ojos.
La operación de Israel, el ya de sobra conocido por todos “Margen Protector” con el supuesto objetivo de acabar con Hamás, trunca vidas a una velocidad imparable. Un niño muere cada hora en la Franja de Gaza. En 18 días de ofensiva han muerto más de 800 civiles inocentes y más de 5.500 han resultado heridos. Son las cifras del horror en el momento en el que escribo este texto, cifras que, desafortunadamente, todo apunta a que seguirán aumentando. La Comunidad Internacional y ciudadanos de a pie claman para que se le ponga fin, y la única respuesta que reciben es… más muerte y destrucción.
Imágenes desgarradoras que han dado la vuelta al mundo. Que hacen estremecer a cualquiera que tenga un mínimo ápice de humanidad pero que, sin embargo, no consiguen que aquellos organismos que se crearon para asegurar un mundo en el que reinaría la paz cumplan su objetivo. Y es que, como bien dice Javier Martín en este artículo, los ciudadanos de Gaza mueren bajo el amparo de la ONU.