Después de dos semanas recorriendo la península de Yucatán en México me siento ante el ordenador y me viene una reflexión: cómo el turismo puede destrozar el turismo. Decidimos ir a conocer la famosa Riviera Maya como solo «algunos locos» lo hacen: huyendo del típico paquete de todo incluido que prácticamente te encierra en el hotel y como mucho te deja ver Chichén Itzá y alguna Isla siempre y cuando contrates la excursión correspondiente.
Entiendo que alrededor de ese tipo de turismo se alimentan muchas bocas y se llenan muchos bolsillos (seguramente más lo segundo que lo primero) y ojo, que para aquel que lo prefiera me parece bien. Lo que ya no me gusta tanto es que si decides conocer el país, y dejarte tu dinero en él de otra forma (que no por hacer otro tipo de turismo dejas de gastar, ni mucho menos) hay sitios a los que no te dejan acceder si no tienes tu pulserita.
A nuestra llegada a Cancún alquilamos un coche e iniciamos la ruta que nos iba a llevar a recorrer 3.500 km en 14 días, durmiendo cada noche en la ciudad en la que caíamos, visitando cada yacimiento arqueológico, cenote y lugares pintorescos que nos salían paso.
Disfrutamos conociendo la cultura maya y la amabilidad de la gente con la que tratamos. Todo era perfecto hasta que llegamos a Tulum, un verdadero paraíso natural, en el que de repente y después de una semana de tranquilidad en la que nos encontrábamos con algún turista de vez en cuando… pasamos a ver lo contrario, cientos de turistas y contados mexicanos. Era el primer aviso: el paraíso quedaba eclipsado por la cantidad de gente que hacía uso de él.
De ahí a Cancún kilómetros de costa paradisíaca pero ahí viene el truco. En 131 kilómetros se cuentan con los dedos de una mano las playas a las que puedes acceder si no te alojas en el correspondiente hotel que ha hecho suya la playa a golpe de talonario. Barreras con seguridad privada te impiden entrar argumentando que la zona a la que intentas entrar es propiedad privada.
Afortunadamente algunas de ellas, como el Santuario de la Tortuga en Xcacel-Xcacelito se pueden conocer a cambio de una donación, otras como Paamul aún teniendo un acceso restringido te permiten acceder a la playa, y otras, como la Bahía de Akumal, morada de tortugas marinas, son de libre acceso. Pero del resto de esos 131 kilómetros son pocos, muy pocos, los espacios que permiten a visitantes y locales el acceso a sus aguas, conocidos (y su nombre lo dice todo) como playas públicas. La pregunta, es obvia: ¿Hasta qué punto es bueno un turismo que priva a los propios ciudadanos de su país poder disfrutar de él? La respuesta, queda al gusto del consumidor.