Ser periodista tiene la ventaja de poder vivir lo que ocurre desde dentro. A veces vives momentos que sabes que pasarán a la historia aunque mientras suceden el estrés de la información hace que no seas del todo consciente de ello.
Uno de ellos ha sido el referéndum en Escocia. Histórico por su celebración, respetando la democracia y las leyes del Reino Unido, y lo habría sido aún más si cabe si hubiera ganado el sí y Escocia se hubiera convertido en un país independiente. Pero más allá de su resultado los escoceses han dado al resto del mundo una lección de civismo que voy a intentar plasmar en estas entradas del blog contándoos lo que vi mientras cubría la noticia
Llegué a Edimburgo el día 16. Lo primero que hicimos fue mezclarnos con la gente para conocer de primera mano sus opiniones. Encontramos gente a favor y en contra de la independencia. Los que estaban a favor basaban la mayor parte de sus argumentos en la economía. Decían que Escocia tiene los recursos suficientes para mantenerse y que sin pertenecer al Reino Unido serían mucho más fuertes y ricos.
Los partidarios del no argumentaban todo lo contrario, que es precisamente esa unión la que les hace ser más fuertes.
Pero más allá de si estaban a favor del sí o del no, todos ellos tenían algo en común, la forma en la que nos contaban sus posturas, argumentando, con tranquilidad, simplemente compartiendo con nosotros sus opiniones y exponiendo sus motivos. Algo que no cambiaría durante los días sucesivos.
El día antes del referéndum los ciudadanos salían a las calles en las que reinaba un ambiente de fiesta y de celebración. Los partidarios del No pasaban prácticamente desapercibidos. Los del Yes organizaban espectáculos callejeros, marchas o repartían panfletos explicando los motivos por los que Escocia debía ser independiente. Los propios ciudadanos se sorprendían al ver este tipo acciones, para algunos era incluso la primera vez que veían una manifestación por las calles de Edimburgo. Hecho que demuestra, dicen, que algo ya ha cambiado.