Un atentado más a la libertad de expresión

El día después de que sus majestades los Reyes Magos llenaran de ilusión nuestras casas, la vida de 12 personas se perdió en París. ¿Su delito? Trabajar para un semanario satírico, el Charlie Hebdo, cuya fama aumentó a nivel internacional tras la publicación de las conocidas caricaturas de Mahoma en el año 2012.

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Portadas que encendieron los ánimos de los islamistas y que muy posiblemente movieron el ataque. Los testigos afirman que eran las 11.30 de la mañana cuando tres hombres encapuchados, vestidos de negro y armados con fusiles Kalashnikov entraron en el edificio al grito de “¡vamos a vengar al profeta!” y amenazaron a un empleado en la entrada al que ordenaron que les llevara ante varios periodistas cuyos nombres tenían apuntados. Los asaltantes entraron en la sala de reuniones donde los redactores estaban preparando los contenidos del semanario y abrieron fuego. Un tiroteo que según algunas fuentes, duró 10 minutos y tras el cual empezó la huída por las calles de París: los atacantes tomaron a una persona como rehén y usaron un coche aparcado en la puerta del edificio que más tarde cambiarían por otro presuntamente robado atropellando a un peatón al darse a la fuga.

Lo que está claro, al menos así es como se lo ha tomado la comunidad internacional, es que los atacantes buscaban infundir miedo. Pero parece que lo que han conseguido es todo lo contrario. Una ola de solidaridad incendiaba las redes sociales bajo el hastag #JeSuisCharlie, manifestaciones espontáneas en varios países y reacciones como la portada de este medio de Berlín…

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y las de otros medios de comunicación…

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demuestran que, como reza en las pancartas de los manifestantes, ataques así no conseguirán acabar con la libertad de expresión.

Thibault Camus (AP)

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